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martes, 13 de mayo de 2025

El Amor que Desafió al Reino

“Lo sé, me complico la vida. Me hago preguntas y me meto en líos. Digo lo que pienso y lo que siento, pero no tengo miedo de lo que los demás piensen de mí.”

Aquella diminuta hormiga obrera le espetaba a su reina. Y, en vez de enfadarse, la reina decidió indagar en aquella inusual actitud. Había algo distinto en la pequeña, algo que desafiaba la inercia de la colonia.

¿Cómo ignorar este amor, mi reina? —preguntó con la voz temblorosa pero firme—. Sería negar no solo mi felicidad, sino mi existencia. Ahora siento que no soy nada sin ella. ¿Qué soy si no puedo ser libre para amar?

La reina, siempre serena, pareció dudar por un instante. Su mirada, curtida por años de liderazgo, se suavizó un segundo antes de endurecerse de nuevo.

Yo también amé, pequeña —confesó con voz baja—. Pero los amores no duran, solo el deber. Tu amor no tiene cabida aquí. Tus sentimientos, aunque sinceros, no pueden alterar el equilibrio de nuestra colonia.

La obrera no retrocedió. Tenía en el pecho un fuego que ni la lógica ni el deber podían extinguir.

Si lo que deseo no me acerca a ella, prefiero alimentar con mi cuerpo a la propia tierra en este mismo instante. ¿Qué sentido tiene la flor sin la luz del sol?

La reina la observó en silencio. Con un leve gesto, llamó al soldado a su lado. El aire se tensó como si toda la colonia hubiese contenido el aliento.

El soldado, obedeciendo la orden tácita, acabó con la vida de la pequeña obrera con un solo y limpio movimiento. Cayó al suelo, temblando aún. En sus últimos suspiros, dijo:

No seré olvidada. Mi amor seguirá vivo, aunque yo ya no esté. Que mi huella, aunque pequeña, perdure como el eco de una pasión que no pudo ser.

La reina, impasible, no dijo nada. Pero mientras el soldado limpiaba su hoja, murmuró para sí misma:

Tu sacrificio no será en vano… aunque no lo comprendas.

La tierra acogió el cuerpo de la pequeña hormiga, guardando en su interior el rastro de un amor inmortal. Un amor que desafió el deber, las normas y la muerte. Un amor que, aunque silenciado, jamás sería olvidado.

Reflexión final:

Este micro-relato nos invita a pensar sobre el precio del amor cuando se enfrenta al deber. ¿Qué vale más, lo que somos o lo que sentimos? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por permanecer fieles a nuestro corazón?

Micro-Relato escrito por Leonardo Garre, creador de mundos invisibles y explorador de las emociones que nos hacen humanos.

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martes, 6 de mayo de 2025

Las hijas del mar y el silencio.

Las Hijas del Mar y del Silencio



 

Estaba en una ciudad entre penumbras, junto al mar. Un festejo llenaba el aire de luces y sonidos lejanos, como si los ecos de una celebración ancestral se resistieran a morir. La urbe era inmensa, de arquitectura antigua: pilares colosales, arcos que parecían sostener siglos de historia, y calzadas hechas de bloques de roca pulida, irregulares al capricho, pero buscando siempre la figura cuadrada. Todo parecía eterno.

Sin embargo, la vida verdadera no latía en la superficie, sino en las entrañas de la tierra. Bajo la ciudad, en las catacumbas, donde el tiempo parecía detenido, se organizaba la existencia cotidiana. La penumbra era el aire común, y el silencio, una lengua heredada.



Una mujer de más de sesenta años gobernaba aquel lugar con autoridad incuestionable. Era una sociedad regida por el matriarcado. Los hombres y las mujeres vivían separados, y cualquier contacto entre ambos estaba estrictamente prohibido. Las normas eran férreas: romperlas significaba enfrentarse a la muerte... o a torturas que escapaban incluso de los sueños más crueles.

Yo era un forastero. Un extranjero al que el azar había depositado entre sus muros. Durante el festejo, uno de los hombres, quizá por descuido o inconsciencia, lanzó su bota sucia. El destino, siempre hambriento de tragedias, quiso que impactara contra la puerta que separaba nuestro mundo del suyo, de las mujeres. Aquella puerta conducía al nivel subterráneo, y el golpe resonó como una afrenta sagrada. Él huyó. Se ocultó. Pero el daño ya estaba hecho.

La gobernante apareció poco después. Venía acompañada por diez mujeres. Sus ojos, oscuros y brillantes, eran brasas vivas. Se detuvo ante la bota caída en el suelo y preguntó quién había sido. Mentí. Le dije que no lo sabía. Mi silencio no aplacó su furia. La avivó.

Ordenó una búsqueda. Recorrieron los pasillos, revisaron cada rincón de nuestra especie de cueva hasta encontrar al culpable. Entonces, le revelaron mi mentira: yo lo había sabido desde el principio. Me delataron sin vacilar. En esa sociedad no había lugar para las medias verdades.

Pero una mujer, una desconocida de mirada firme y alma fugitiva, me ofreció ayuda. Me indicó un pasadizo secreto y escapé. Huí por la ciudad, por sus calles estrechas como venas abiertas del pasado, mientras las luces del festejo temblaban en la distancia. Aquella ciudad parecía una isla, aunque nunca estuve seguro. Quizás era un mundo aparte.

Corrí hasta un acantilado. Varios hombres me habían acorralado. No tuve más opción que lanzarme. Me sumergí en el agua todo lo que pude. Pronto comenzaron a bucear tras de mí. Entre columnas y ruinas sumergidas, intenté encontrar un respiro, subir con cautela para tomar aire sin ser visto.

Entonces las vi: olas colosales, monstruosas, de más de diez metros, como si el propio mar quisiera juzgarme también. Trepé por las rocas en la oscuridad, como una sombra más entre la piedra, hasta volver a perderme en la noche.



Fue entonces cuando encontré el templo.



Una estructura sagrada, con detalles que evocaban la India antigua. Columnas decoradas con símbolos que hablaban de otros dioses, de otras leyes. En su interior, casi todas eran mujeres. Me recibieron sin temor, como si ya supieran que vendría. Me ofrecieron refugio. Me dijeron que allí estaría a salvo.

Hablaron conmigo. Según sus leyes, había una única forma de librarme del castigo: debía casarme con su líder. Una especie de princesa, de faraona envuelta en aromas sagrados. Ella aceptaba. Estaba dispuesta.


Me escondieron cuando mis perseguidores llegaron. Golpeaban las puertas, exigían mi entrega. Las guardianas del templo salieron a enfrentarles con dignidad: afirmaron que sí, que yo estaba allí... pero que ahora era el prometido de la princesa. Eso me eximía, según sus códigos ancestrales, de cualquier pena o castigo.

Ella me miraba desde la penumbra, rodeada de sus súbditas. Sonreía. No con soberbia, sino con la delicadeza de quien ya sabe el desenlace.

Estaba a salvo.

Y me casé con ella.

Lo que siguió no fue una vida, sino un destino tejido con hilos invisibles, suaves como la seda del tiempo. Con ella compartí un amor tan extraño como inevitable, una dependencia hermosa, íntima, hecha de silencios compartidos y miradas que hablaban siglos.

Tuvimos siete hijas. Siete.

Cada una nació con la luz de una estrella distinta. Eran preciosas, como si el firmamento hubiese volcado sobre nosotros sus astros más queridos. Y a veces, al verlas correr entre los patios del templo, con la brisa meciendo sus risas como hojas sagradas, no podía evitar pensar —quizá fue el capricho de los dioses más antiguos. Aquellos que aún juegan con el destino de los hombres sin pedirles permiso.

Porque hay amores que no se explican. Sólo se veneran.

Y yo fui su devoto.



viernes, 16 de marzo de 2012

Relato corto: SOC-CH EVa. Transmigración cuántica



Relato corto: SOC-CH EVA. Transmigración cuántica


Deja que se ramifiquen mis palabras en tu sentido de la vista, pues así como algunas plantas ocultan secretos, mis frases dejarán las raíces de algunos de ellos en el complejo eléctrico que denomináis alma. La ingenuidad del ser humano no conoce fin, más que el de su propia consciencia.

Allí estaba yo, clavando una y otra vez mis enclenques pies, con ánimo de superioridad ante las plantas heladas y ansiosas por los rayos de un sol invernal brotando suavemente desde la colina. Mi lamento solitario, fruto del esfuerzo que conllevaba el proyecto de botánica, desembocaba en patadas indiscriminadas a todo lo que me rodeaba. Debía identificar las plantas a mi alrededor para, posteriormente, exponer sus características y su potencial para la medicina.

Sé que mi furia mañanera no era más que la impotencia de no asimilar que el ser humano solo está de paso en esta efímera vida, y que un tumor maligno podía resquebrajar cualquier vida, incluso la de mi hermanita de ocho años. Como futura científica que deseaba especializarse en física, debía ser sistemática, observadora, recolectora de datos que desembocaran en experimentos para una hipótesis válida. Pero, “¿De qué me servirán mis conocimientos?”, gritaba en medio de aquel paraje testigo mudo. En voz baja, junto al rodar de mis lágrimas, sollozaba: “¿De qué servirán mis esfuerzos? ¡Si todos los conocimientos los cambiaría por la salud de mi hermana!”

Tras mis lamentaciones, levanté la mirada. Ante mí se revelaba un extraño bonsái rodeado de comunes plantas.
—¿Qué haces aquí?— dije en voz desafiante al testigo improvisado, que era en parte de la naturaleza y en parte del ser humano.
No contenta con todo ello, le volví a replicar desquiciada:
—¡Maldita insignificante planta, capricho del aburrimiento humano, si mi hermana no tiene salud, qué derecho tienes tú!

Embargada por una furia desmedida y casi cogiendo carrerilla, me dispuse a plantar mi suela embarrada sobre aquella indefensa planta. Justo antes de culminar mi acto más impulsivo, mi equilibrio pasó al olvido por el grito de una pregunta que surgió en mi reflexión, desde lo más bajo que pude caer, gracias a mi traspié.
—¿Por qué?— Con mi absurdo golpe y desde el suelo, aún resonaba esa pregunta, que tuvo su origen en una desconocida niña, que no perdía su sonrisa inocente.
—¿Quién eres, niña? ¿Plantaste tú ese bonsái? Si es así, te pido disculpas por mi ataque de ira y el haber intentado pisarlo.
Me creía conmocionada por el golpe, pero qué absurda fui, pues más desorientada quedé con la respuesta que esbozaba sonriente la extraña cría.

—Soy el bonsái.
—¿Cómo el bonsái? ¿Acaso te ríes de mí? El bonsái está junto a ti, no eres una ridícula planta. Ahora quien reía era yo, aunque en mi interior cuestionaba mi cordura por todo lo que me acontecía.
—No estoy al lado del bonsái. Lo que ves al lado del bonsái es una imagen holográfica, producto de una avanzadísima nanotecnología aplicada al aspecto audiovisual. La imagen es proyectada en nanopartículas imperceptibles a tus ojos y el sonido unidireccional procede de mi bio-estructura, a la que denominamos bonsái.

Todo debía venir del golpe que me acababa de dar. Me decía incrédula ante tal disparatada circunstancia. ¿Cómo iba a poder hablar una niña de apenas nueve años de tal forma?
Me armé de valor para afrontar el límite de lo que pensaba era un estado de locura transitoria. Así que, ni corta ni perezosa, volví a preguntar a este desconcertante ente.
—¿Eres tecnología que proviene del futuro? ¿Cómo hallasteis la manera de viajar en el tiempo? ¿A qué te refieres cuando hablas de un meta-soporte orgánico cuántico?
Arrojé aquellas cuestiones y comencé a darme cuenta de que uno de mis pies empezó a temblar ligeramente. El nerviosismo se estaba apoderando poco a poco de mí por la expectación.
—Así es, soy del futuro. La humanidad conocerá los desplazamientos en la cuarta dimensión, es decir, los viajes en el tiempo. Todo gracias al ENADCG (Estabilizador de Nano Agujeros Negros de Condrigraf). El condigraf es un metamaterial proveniente de la suma molecular de las condritas y el grafeno. Dicha máquina del tiempo generará y estabilizará nano agujeros negros, debido a la súper compresión de macromoléculas de condigraf hasta llegar al radio de Schwarzschild. Una vez estabilizado el portal, se genera un puente de Einstein-Rosen desde el ENADCG hasta el punto de cuatro coordenadas que marquemos, gracias al muestreo de trayectorias vectoriales de partículas de neutrinos.
Espero haberte resuelto las dudas sobre mi procedencia y la técnica usada. Ahora, adentrémonos en tu tercera pregunta:
Un meta-soporte orgánico cuántico no es más que un organismo vivo, creado artificialmente por materiales que no se hallan en la naturaleza. Compuesto tanto de células vivas como de trillones y trillones de nanorobots que permiten modificar la estructura para una mejor adaptación al medio ambiente.
La función del MSOC-CH es soportar o almacenar información de la estructura de una red de conexiones neuronales procedente de otro ente. El término cuántico se acuña por la forma en que se procesa toda la información. A diferencia de los sistemas informáticos de la época en la que nos encontramos, el MSOC-CH trabaja con dos estados a la vez. Los ordenadores digitales trabajan con un solo estado que puede definirse como uno o cero. El MSOC-CH logra almacenar o extraer información que puede ser el estado uno y cero a la vez.
Todo es consecuencia de que a niveles nanoscópicos la materia se comporta de forma diferente. Lo que te he explicado podrás entenderlo mejor cuando estudies la paradoja del gato de Schrödinger, la cual tiene como resultado dos estados simultáneos, un gato que vive y a la vez está muerto. Pero aún no es momento de que entiendas tan complejo mecanismo.
Adelante, pregúntame todo lo que desees saber.

Me había sido imposible interrumpir lo que estaba diciendo. Aquel minúsculo temblor de mi pierna izquierda, para cuando terminó de hablar, se había apoderado de mi cuerpo. Aquello verdaderamente estaba ocurriendo. No sentía ni frío ni calor, solo inquietud por saber más y más.
Guardamos varios segundos de silencio y, mientras tanto, me percaté de que no sabía si quien me hablaba tenía algún nombre, así que se lo pregunté.
—¿Cómo te llamas?
Su sonrisa se desvaneció tan rápido como la brisa alcanzaba mi cara. Ahora, con gesto más serio y transmitiendo absoluta serenidad, dijo:
—Me llamo Eva.

Mi corazón se zarandeó fuertemente en el pecho, y los latidos sonaban como tambores de guerra. La mente, sacudida por el estremecimiento de mi cuerpo, sabía que había algo más, algo extraño que aún no comprendía.
La voz, entrecortada, escapaba entre la comisura de mis labios:
—Eva, ¿Qué significan las siglas del modelo CH?
—Quiere decir Conciencia Humana. El MSOC-CH está destinado para el almacenamiento de la consciencia humana y hacerla, de esta manera, prácticamente inmortal.

Volví a preguntar, reforzando mis ánimos:
—Eva, ¿Eres la consciencia de una persona? ¿Qué edad tienes?
—Sí, soy la consciencia o, como algunos denominan, el alma de una persona. Soy tu hermana Eva y tengo tu edad, Patricia. Tras varias generaciones, un familiar nuestro viajó en el tiempo para, en mi último suspiro de vida, capturar mi consciencia.
Estoy aquí para anunciarte que mañana se apagará mi forma mortal, pero que resurgiré gracias a tus estudios en el campo de la física teórica. En el futuro se dirá una frase basada en tus teorías: ‘El universo es un bonsái que cuidan y miman los seres de la cuarta dimensión.’
Siempre estaré junto a ti, te quiero.

La figura de la niña junto a aquel bonsái se desvaneció al finalizar aquella frase. Nadie pudo evitar el fallecimiento de mi hermana al día siguiente, pero desde entonces la siento conmigo.
Veinte años después, mis teorías en astrofísica describen la forma del universo como una figura arboleada, que está interconectada por los filamentos de energía que detalla la teoría “M”. Las ramas son el origen de universos paralelos, generados por los viajes en el tiempo, al igual que sus raíces.
Algunas plantas ocultan secretos… Tal vez el bonsái de nuestro universo conozca su fin en el comienzo de su propia consciencia.