“Lo sé, me complico la vida. Me hago preguntas y me meto en líos. Digo lo que pienso y lo que siento, pero no tengo miedo de lo que los demás piensen de mí.”
Aquella diminuta hormiga obrera le espetaba a su reina. Y, en vez de enfadarse, la reina decidió indagar en aquella inusual actitud. Había algo distinto en la pequeña, algo que desafiaba la inercia de la colonia.
—¿Cómo ignorar este amor, mi reina? —preguntó con la voz temblorosa pero firme—. Sería negar no solo mi felicidad, sino mi existencia. Ahora siento que no soy nada sin ella. ¿Qué soy si no puedo ser libre para amar?
La reina, siempre serena, pareció dudar por un instante. Su mirada, curtida por años de liderazgo, se suavizó un segundo antes de endurecerse de nuevo.
—Yo también amé, pequeña —confesó con voz baja—. Pero los amores no duran, solo el deber. Tu amor no tiene cabida aquí. Tus sentimientos, aunque sinceros, no pueden alterar el equilibrio de nuestra colonia.
La obrera no retrocedió. Tenía en el pecho un fuego que ni la lógica ni el deber podían extinguir.
—Si lo que deseo no me acerca a ella, prefiero alimentar con mi cuerpo a la propia tierra en este mismo instante. ¿Qué sentido tiene la flor sin la luz del sol?
La reina la observó en silencio. Con un leve gesto, llamó al soldado a su lado. El aire se tensó como si toda la colonia hubiese contenido el aliento.
El soldado, obedeciendo la orden tácita, acabó con la vida de la pequeña obrera con un solo y limpio movimiento. Cayó al suelo, temblando aún. En sus últimos suspiros, dijo:
—No seré olvidada. Mi amor seguirá vivo, aunque yo ya no esté. Que mi huella, aunque pequeña, perdure como el eco de una pasión que no pudo ser.
La reina, impasible, no dijo nada. Pero mientras el soldado limpiaba su hoja, murmuró para sí misma:
—Tu sacrificio no será en vano… aunque no lo comprendas.
La tierra acogió el cuerpo de la pequeña hormiga, guardando en su interior el rastro de un amor inmortal. Un amor que desafió el deber, las normas y la muerte. Un amor que, aunque silenciado, jamás sería olvidado.
Reflexión final:
Este micro-relato nos invita a pensar sobre el precio del amor cuando se enfrenta al deber. ¿Qué vale más, lo que somos o lo que sentimos? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por permanecer fieles a nuestro corazón?
Micro-Relato escrito por Leonardo Garre, creador de mundos invisibles y explorador de las emociones que nos hacen humanos.
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