viernes, 28 de febrero de 2025

El silencio que no entendemos.

¿Has visto alguna vez algo raro en el cielo? ¿Crees que habrá seres extraterrestres ahí fuera? ¿Nos lo estarán ocultando?


Cuando voy al campo con algunos de mis telescopios, en alguna ocasión me preguntan qué pienso sobre la posibilidad de vida inteligente fuera de nuestro planeta. Considero que ni siquiera es fácil formular dicha pregunta correctamente, pues encierra premisas que tal vez no sean aplicables más allá de nuestra propia comprensión de la vida y la inteligencia. Caminar por ese sendero sin profundizar demasiado es complicado, ya que el ser humano observa el cosmos con una percepción inevitablemente limitada por su propia biología, historia y contexto.


Hay fenómenos físicos que aún escapan a nuestra comprensión, manifestaciones de una realidad cuyas leyes podrían trascender nuestro actual marco teórico. Del mismo modo, si consideramos la posibilidad de que un visitante provenga de un entorno ajeno a la Tierra, su biología, tecnología y formas de interacción con el espacio-tiempo podrían operar bajo principios que aún no hemos formulado o comprendido.

La comunicación con una entidad inteligente no terrestre requeriría considerar aspectos fundamentales como su longevidad y su percepción del tiempo, variables que podrían diferir radicalmente de las nuestras. 


No se trata solo de la barrera del lenguaje, sino de una concepción del tiempo y la existencia que podría ser completamente ajena a la experiencia humana. Nuestros conceptos individuales tal vez no sean capaces de interpretar su marco de referencia, del mismo modo que una abeja no comprende la totalidad de la colmena.

Desde su perspectiva, bien podrían percibirnos no como individuos, sino como una especie cuyo comportamiento solo cobra sentido en términos colectivos. Su análisis podría operar a una escala temporal donde nuestros años equivalgan a meros instantes para ellos, generando una latencia en la comunicación que haría inviable cualquier intercambio basado en nuestras expectativas temporales. En este escenario, nuestra civilización sería para ellos lo que una colonia de insectos es para nosotros: un sistema dinámico que evoluciona con el tiempo, pero cuya individualidad carece de relevancia en su esquema cognitivo.

El Experimento de Reconocimiento Facial en Abejas de la Universidad de Queensland

En un fascinante estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Queensland en Australia, se exploró una capacidad cognitiva sorprendente de las abejas: el reconocimiento de rostros humanos. Este experimento desafió las ideas preconcebidas tan

El estudio, dirigido por el Dr. Adrian Dyer y su equipo del Departamento de Biología de la Universidad de Queensland, se centró en determinar si las abejas, con cerebros diminutos y sistemas nerviosos simplificados, podían realizar una tarea que se consideraba exclusiva de animales con cerebros más grandes y complejos, como los primates. Para ello, se entrenó a las abejas para asociar un rostro humano

Este descubrimiento es relevante por varias razones. No solo desafía las nociones sobre las limitaciones cognitivas de los insectos, sino que también plantea nuevas preguntas sobre cómo las abejas utilizan su sistema nervioso para resolver tareas complicadas.

Los resultados del estudio, publicados en la revista Revista de Biología Experimental, subrayan la inteligencia oculta en seres tan pequeños y amplían nuestra comprensión de la cognición animal. Este tipo de investigaciones son fundamentales para entender no solo el comportamiento de las abejas, sino también los principios evolutivos que podrían compartir con otras especies en la naturaleza.

¿Cómo podría un ente de origen extraterrestre comunicarse con un solo individuo humano? 

Si consideramos lo antes mencionado, así como la posibilidad de que su tecnología se base en una física aún desconocida o incompleta para nosotros, es concebible que hayan desarrollado métodos de interacción que desafíen nuestra comprensión actual de la realidad. Podrían hacerlo de una forma análoga a cómo un científico estudia organismos de menor complejidad: modulando señales químicas, alterando campos electromagnéticos o incluso utilizando formas de comunicación que trasciendan nuestras limitaciones sensoriales y cognitivas.

Tal vez su forma de interacción con un ser humano no sería un diálogo en términos convencionales, sino una manipulación sutil del entorno para inducir respuestas y estudiar su comportamiento, de manera similar a cómo un investigador podría experimentar con una colonia de insectos mediante estímulos específicos. ¿Podrían inducir pensamientos, sensaciones o percepciones directamente en nuestra conciencia? ¿Manipular la estructura misma de nuestra realidad para transmitir información de manera incomprensible para nuestra biología?



No obstante, la cuestión más fundamental no es si la comunicación es posible, sino cuál sería la razón para que esta se dé. Aquí es donde radica el verdadero enigma:
¿por qué una inteligencia extraterrestre querría interactuar con el ser humano?

La respuesta a esta pregunta es de una complejidad abrumadora, pues nos enfrenta a un problema fundamental: comprender los motivos de una civilización potencialmente miles o millones de años más avanzada que la nuestra. Si tomamos como referencia el estudio de las interacciones entre especies en la Tierra, encontramos que estas responden a una diversidad de factores, desde la supervivencia hasta la curiosidad, pasando por la cooperación y la competencia. En un ecosistema como el nuestro, las razones detrás de la interacción entre organismos pueden variar enormemente: depredación, simbiosis, competencia por recursos, aprendizaje, o incluso comportamientos emergentes que ni siquiera comprendemos del todo.

Si extrapolamos esto a una posible interacción entre una inteligencia no terrestre y nuestra especie, nos encontramos con un abanico de posibilidades aún más amplio. ¿Podría su interés estar basado en una necesidad biológica o tecnológica? ¿Seríamos para ellos una fuente de recursos, de información, de experimentación? ¿O acaso su nivel de desarrollo les permitiría observarnos desde un plano de existencia en el que la interacción con una civilización como la nuestra no responda a ninguna de nuestras categorías conocidas?




Algunos argumentan que, si una inteligencia extraterrestre ha logrado el dominio del viaje interestelar o interdimensional, es probable que haya trascendido las motivaciones básicas que rigen la evolución de las especies en la Tierra. Sin embargo, esta es una suposición peligrosa, ya que extrapolamos nuestras limitaciones a entidades que podrían operar con lógicas completamente ajenas a las nuestras. Podrían observarnos por la misma razón que nosotros estudiamos microorganismos en un laboratorio: no por necesidad, sino por el deseo de entender las reglas fundamentales que rigen la vida en distintas escalas del cosmos.



Pero hay una posibilidad aún más inquietante: ¿y si la interacción no es intencional? En la naturaleza, muchas especies interactúan de manera incidental, sin un propósito claro. Las aves pueden aprovechar las corrientes generadas por una embarcación sin tener conciencia de su origen; los microorganismos pueden viajar en el cuerpo de un huésped sin que haya una voluntad consciente detrás de ello. En este sentido, podríamos ser testigos de fenómenos que interpretamos como señales de contacto, cuando en realidad no somos más que observadores accidentales de procesos que nos superan en escala y significado.

Este escenario nos obliga a cuestionar profundamente nuestra propia relevancia en la vastedad del cosmos. ¿Somos una civilización digna de ser contactada? ¿O simplemente formamos parte del paisaje cósmico, observados de lejos por inteligencias que no ven en nosotros más que un punto en el flujo de la evolución