Capítulo 1: Un viaje a lo desconocido
Es curioso que sea un hombre como yo, quien se embarque en esta aventura. Me llamo Abrahán, y hay mucho que podría compartir contigo, estimado lector, pero es apropiado comenzar desde el principio.
En el instituto fui maestro de ajedrez, y mis
aficiones siempre estuvieron ligadas a cualidades como la lógica, la memoria,
la percepción espacial y las matemáticas. Además, siempre disfruté de los
puzles y tenía una gran afinidad por la física. Supongo que, debido a todo
esto, era inevitable que mi profesión se adentrara en las investigaciones más
inusuales y misteriosas.
Sí, estoy seguro de que has llegado a la misma
conclusión: soy detective. Pero no, ni de lejos me parezco a la sombra de
Sherlock Holmes.
Dejé de contar los años a medida
que fui peinando mis canas. Han pasado suficiente tiempo como para saber que
cada arruga en mi piel o cicatriz es simplemente el mapa de un ser más
práctico, alguien que nunca dio tregua en una buena batalla. No me gusta hablar
de mí, y mi reflejo escurridizo, disfrazado de buen hombre, sabe que guardo un
borrador y una tiza para redibujar las líneas al filo de un cuchillo al que
llaman justicia. Más de cincuenta años respaldan el hecho de que, si hablamos
de probabilidades, mi camino se encuentra a menos de la mitad recorrido.
Abrahán
Creo que es el momento de embarcarnos en este viaje,
pues el misterio se hizo palpable cuando mi querida hija, Casandra, desapareció
a sus veintidós años. Todo sucedió mientras yo residía temporalmente en
Londres. Ella se encontraba en mi pintoresco pueblo natal. Un rincón encantador
de España. Rodeado de un frondoso bosque, atravesado por el suave murmullo de
un riachuelo. El lugar parecía haber sido extraído de las páginas de un cuento
de hadas, impregnado de leyendas transmitidas por los ancianos aldeanos.
El entorno
Mi preciosa princesa compartía su vida con su madre, Elena, cuya influencia marcó indeleblemente su carácter. Aunque heredó muchos de mis defectos y cualidades, fue la pasión por lo inexplicable lo que le quedó grabado en su corazón, al igual que la deslumbrante belleza que irradiaba.
Tras enterarme de su desaparición, a pesar de mi
inquebrantable temple, mi corazón se petrificó al escuchar la desgarradora
noticia. Mis latidos se suspendieron en un instante que pareció eterno. De
inmediato, con la determinación que me caracteriza, puse en marcha todos los
preparativos necesarios para partir sin demora.
Con la mente enfocada y los sentidos alerta, me
sumergí en una vorágine de emociones encontradas. La incertidumbre y la
preocupación se entrelazaron en cada paso que daba, mientras la determinación
ardía en mi interior como una llama inextinguible. Sabía que no podía
permitirme flaquear, que debía enfrentar el desafío que se me presentaba con
valentía y astucia.
Revisé meticulosamente cada detalle logístico,
asegurándome de contar con los recursos necesarios para enfrentar cualquier
obstáculo que se interpusiera en mi camino. Los minutos parecían horas, mientras
mi mente trazaba estrategias y mi corazón latía con una mezcla de esperanza y
aprensión.
En un abrir y cerrar de ojos, estaba listo para
partir. Me despedí de aquellos que me rodeaban con una mirada firme y palabras
que transmitían mi determinación. Sin mirar atrás, me adentré en el abismo de
lo desconocido, dispuesto a enfrentar los desafíos que aguardaban en el camino
y con la convicción de que no descansaría hasta encontrar respuestas para reunirme
finalmente con mi queridísima hija.
Mi pequeña tenía los ojos con una inigualable
expresividad, hipnotizaban a quien osaba cruzar su mirada. No sabía si era el
capricho de su heterocromía central, ese singular contraste de colores que
dotaba a cada iris de una profundidad sin igual, o si era la combinación de sus
rasgos delicados y sensuales, dignos de una mujer afrodita como su madre. Y su
figura, esbelta y elegante, se puede decir que prácticamente era un mero
reflejo de mi amada esposa.
Casandra
Una vez desembarqué en el aeropuerto, me comencé un
agotador trayecto de casi cuatro interminables horas al volante. Los primeros
tramos del viaje transcurrieron de manera común, con una hora de monótona
autovía que poco a poco dio paso a los caminos y senderos que me conducirían
hacia el pintoresco pueblo.
Fue en ese momento, sumido en una especie de
ensoñación, cuando experimenté una aparición extraña. Prácticamente llegando a
mi destino, a escasos veinte minutos del pueblo. Me adentré en el abrumador
bosque. Una niebla misteriosa, con apenas dos metros y medio de altura,
envolvía la calzada como si fuera la nata que se posa sobre un café negro. La
luz del ocaso comenzaba a desvanecerse. Encendí las luces de mi vehículo. Sin
embargo, ante aquella imagen digna de una película de terror, decidí hacer
ráfagas de luz larga. Y lo que presencié a continuación me dejó estupefacto,
como si hubiera entrado en un cuento de lo más extraño. Con una claridad
sorprendente, pude distinguir una extraña silueta humanoide gris que cruzaba.
No antes sin detenerse casi desafiante a mi presencia y mi propia lógica. Aquello
sacudió mi mente racional y de inmediato me vino a la cabeza la idea de que
solo podía ser producto del agotamiento y el estrés acumulados.
Ente Gris
Mi hogar
Mi esposa salió al encuentro y en sus ojos, junto a un
abrazo esperanzador, se reflejaba una tristeza inconsolable. Al cruzar el
umbral de la casa, ella me transmitió toda la información que consideraba relevante
para encontrar a nuestra hija. La escuché atentamente, sin perder ningún
detalle. Finalmente nos volvimos a abrazar y nos fuimos a descansar.
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